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Donde concluye lo telescópico comienza lo microscópico.
Un poco de moho es una pléyade de flores.
Una nebulosa es un hormiguero de estrellas...

Feliz firmamento en la tierra.( De Akane )

viernes, 12 de diciembre de 2008

Vincent - Gracias Caminante



En 1889, durante su estancia en un hospital psiquiátrico, Vincent Van Gogh pintó “De sterrennacht”, también conocido como “La noche estrellada”.

La pequeña habitación estaba pobremente iluminada por una bombilla que pendía desnuda del techo. El hombre estaba sentado en un pequeño taburete dándole la espalda a la puerta. Ante él tenía un caballete sobre el que había un pequeño lienzo en el que trazaba finas espirales de color azul, dejando entre una y otra un cuidadoso espacio en blanco. El viento aullaba en las afueras del sanatorio y aquella era su forma de pintarlo.

Sus espléndidos ojos azules únicamente retiraban la mirada del lienzo cuando tenía que levantarse para observar de nuevo el pequeño paisaje que le ofrecía el ventanuco abarrotado que había en la parte superior de la pared que daba al jardín. Necesitaba del taburete para poder mirar a través de los barrotes y aún así apenas llegaba poniéndose de puntillas para observar aquella magnífica noche que estaba empezando a caer. A lo lejos podía ver un pueblo, o quizá una pequeña ciudad, que se cobijaba bajo la sombra de una iglesia que en primer término dibujaba su silueta. Le resultó extraño, pero ni siquiera el campanario estaba iluminado. Al fondo las montañas parecían cerrarle el paso, como queriéndole indicar que aunque quisiera no podría salir de allí.

Bajó con cuidado del taburete, y se atusó su roja barba. Como buen pelirrojo era hombre de piel lechosa e infinidad de diminutas pecas que se extendían por toda su anatomía. Volvió a tomar la paleta y el pincel, cerró los ojos por un instante y se concentró en recordar lo que acababa de ver. Así, poco a poco se empezaron a dibujar en la parte baja del lienzo las primeras casas, en diferentes tonos azules para remarcar los claros de los oscuros, y con pequeños puntos amarillos en aquellas que supuestamente estaban iluminadas.

Volvió a asomarse por la ventana y entonces lo vio. El cielo ya se había oscurecido por completo y las estrellas habían hecho acto de presencia. Se agarró a los barrotes, hizo un esfuerzo con los brazos para poder subir a pulso a la altura de la ventana y así disfrutar mejor de aquella magnífica noche estrellada que tenía ante sí. Su boca abierta y la expresión de sus ojos hubieran delatado a quien pudiese haberlo visto que aquel hombre estaba extasiado mirando las estrellas, tal cual si hubiese tenido una aparición mariana.

Se quedó allí hasta que empezó a sentir calambres en los brazos y tuvo que dejarse caer. Se sentó en el camastro que había apoyado en una de las paredes. Allí se restregó los bíceps con las manos mientras seguía pensando en que la fortuna lo había acompañado justo aquella tarde. De nuevo se puso ante el caballete y empezó a pintar grandes manchas amarillas con el óleo que representasen las estrellas. Se paró por un momento a observar su obra y consideró que podía estar satisfecho de lo que había hecho.

Poco hay que se pueda pintar cuando estás encerrado en una institución mental y más si, como era el caso, se está aislado del resto. El confinamiento lo estaba volviendo aún más loco. No ver a nadie más que en momentos puntuales del día y estar en un habitáculo de poco más que dos por dos era demasiado incluso para alguien como él. En los primeros días se conformó con hacer bocetos en las servilletas de papel de la comida, hasta que en una de las inspecciones un celador encontró aquel montón de papeles y se los llevó. Se había quedado destrozado, no sabía qué tipo de medidas iban a tomar los médicos al respecto. De memoria se había dibujado a sí mismo en un par de ocasiones, en otra servilleta podía verse un campo de girasoles.

Le sorprendió cuando al día siguiente, junto al médico, llegó un celador cargando con un caballete, una paleta, un juego de pinceles, colores y una serie de pequeños lienzos en blanco. Tuvo una larga conversación al respecto con el médico y ambos llegaron a la conclusión de que no le haría mal alguno el poder dar rienda suelta a sus pasiones artísticas.

Sin embargo, una vez tuvo en su poder todo lo que le facilitaba su creación artística se vio incapaz de darle rienda suelta. Sentía la necesidad de poder salir al aire libre y pintar la naturaleza tal cual se le presentaba, necesitaba sentir el aire golpeándole en la cara, sentía la necesidad de ir bajo un manzano, arrancar una fruta roja, morderla y pintarla allí mismo, sobre la hierba. Pero sabía que aquello todavía no era posible. Sabía también que si acababa aquel lienzo que estaba pintando tendría que esconderlo para que nadie lo viese.

Desde hacía algún tiempo ya, no recordaba cuanto, vivía una vida robada. Había empezado a frecuentar galerías de arte en las que exponían obras de Vincent Van Gogh. Así fue como empezó a interesarse por la vida y obra del artista. Empezó a llenar su casa con todo libro habido y por haber sobre Van Gogh así como con reproducciones de gran calidad de sus cuadros. Se dejó crecer la barba igual que el artista y en un arrebato, para parecerse todavía más a él, había intentado cortarse la oreja. Pero no llegó a conseguirlo, le fallaron las fuerzas. Allí lo encontró su esposa, frente al espejo del lavabo con la navaja tras el lóbulo de la oreja y ésta sangrando. Aquella fue la noche en que lo internaron.

No... si quería que creyesen que estaba curandose, no podría mostrarle a nadie jamás aquella noche estrellada.

1 comentario:

Froiliuba dijo...

Este fué el primer texto que leí de caminante, me gustó tanto que me convertí en asidua allá en ese espacio donde convivimos.
Fué el principio de lo que hoy creo es una buena amistad .

Este loco y ese un poco loco junto con esta otra loca ¿ no estamos todos un poco locos?

bss